Como si Funkadelic hubiera tenido influencias del cabaret de Europa del Este y tocaran con una banda de metales mexicana, Mr. Moon es un espectáculo psicodélico de teatro musical que combina recursos como la mímica, las máscaras y una impresionante ejecución musical, con los cuales inmediatamente se enciende el botón de intensidad de las emociones. La historia trata sobre un grupo de artistas viajeros, renegados, que aun siendo expulsados de las ciudades, siguen llevando sus misteriosos mensajes ante cualquier público que hallan a su paso.  

El teatro musical ha tenido una fuerte presencia en el Edinburgh Fringe en la última década, pero Mr. Moon se distingue por difuminarse porque en este espectáculo se difuminan las fronteras entre concierto y cabaret. Los músicos son los actores, los personajes que emergen de un drama que parece estar ocurriendo más allá del escenario: una familia disfuncional de esas que se atreven a rebasar lo mundano; ellos rugen y braman, seducen y engatusan al público para capturar una atmósfera que nunca resuelve en una narrativa lógica, pero evoca a un mundo que no puede ser domesticado o definido. En el punto más intenso, dos actores se vuelven lunas, portando máscaras contrastantes en blanco y negro: la canción alude a los mitos de creación al tiempo que la luz y la oscuridad transforman los cuerpos de los actores en flexibles criaturas liminales. El cuerpo humano es ahora la marioneta, la música es las cuerdas o las cañas; los músicos se encuentran atrapados en la vorágine. Y en tanto que la música es la que guía la producción, las contorsiones del cuerpo transforman las canciones en un sueño febril casi ritual.

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No hay nada tan simple como esta trama –temas de marginación, exotismo y una vaga amenaza se elevan y se sumergen: el final se siente como una pausa en una producción que es la vida misma del trovador. Una lucha de poder parece provocar a los músicos, pero lo que la familia Moon hace con el público es confrontarlo con otras formas de existir. 

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Cuatro estrellas